El sonido cada vez era más fuerte y, al abrir los ojos, vi pasar un helicóptero por encima. Volví a cerrarlos y empecé a sentir que algo no cuadraba. Tenía frío, pero el sol me quemaba la cara. Tenía la espalda húmeda. No estaba sobre mi cama. Y tampoco había techo.
Me sobresalté. Me levanté lo más rápido que pude e intente localizarme. Nada... no se dónde estoy. Había hierba y pequeñas casas alrededor mía. Llevaba una camiseta negra rota y unos vaqueros desgastados. Tenía alguna herida, arañazos poco profundos. Hice un esfuerzo para recordar lo más básico: cómo me llamaba, dónde vivía, qué había pasado... Miré en mis bolsillos y solo encontré unas llaves y seis euros.
Eché a andar con la esperanza de poder recordar algo. Llegue a una calle bastante transitada. Me paré a escuchar a la gente. No hablaban mi mismo idioma. Sería domingo porque la calle estaba rodeada de tenderetes. Un mercadillo. En uno de ellos vendían ropa y, aprovechando el espejo, me miré. Estaba destrozada... Mi pelo estaba despeinado. Tenía una herida en el lado derecho de la cara y algo de sangre que me llegaba hasta el pómulo. Un ojo morado, heridas en el labio y arañazos. Empecé a transpirar cuando, en el cuello, observé salpicaduras de sangre. Asustada vi en el espejo como el hombre del puesto me miraba horrorizado. Me fui.
No sabía que había pasado pero no me gustaba lo mal que pintaba esto. Mientras andaba me desenredaba el pelo con mis manos y me intenté cubrir la cara con el mismo. Entré a un baño y me quité toda la sangre que pude.
Al salir miré hacia atrás y el señor del puesto me señalaba. Estaba hablando con dos hombres, demasiado bien vestidos para estar en un mercadillo. Me miraron y vinieron hacia mi.
Una mano en el vientre y un beso en la boca me devolvieron a este mundo.
-Pero bueno, Aitzea, ¿dónde te habías metido? Vamos, nos están esperando, cariño.
¿Aitzea? ¿Así me llamo? ¿Por qué sabe mi nombre? ¿Es mi pareja?
El muchacho se debió percatar de mi cara de asombro. Me dio un abrazo y me susurró: pero, ¿qué haces? vayámonos que aquí corres peligro.
Miré hacía los dos hombres que me seguían y habían desaparecido. Decidí hacerle caso al chico e irme con él. Al fin y al cabo, sabe mi nombre. Me puede contar cosas y explicar que ocurrió.
Me llevó a una casa. Una abuela me envolvió en una manta en la entrada y me llevó hasta el sofá. Me senté y me dio una manzana a trozos y un vaso de agua que me bebí al momento. Me recogió el pelo en una coleta y me limpió las heridas. Al verme la de la ceja y la del labio, la señora le dijo al chico que le acercara algo. O eso entendí yo al ver como le daba una caja. De la caja sacó aguja e hilo, las que utilizan en los hospitales, y me quedé blanca. Empecé a notar que un sueño que no tenía me invadía. Me habían dado algo... ¡el agua!.
Me desperté en una cama. Intenté incorporarme pero un dolor punzante me hizo retroceder. Me destapé. Estaba limpia y con un pijama blanco y fino. Me levanté la camiseta. Una venda daba vueltas a mi vientre. Despacio me incorporé de nuevo. En frente tenía un espejo. Todas las heridas estaban limpias y, las más profundas, cosidas. En una silla me habían dejado ropa limpia y en la mesilla tenía las llaves, los seis euros, la pulsera y el collar.
Entré en el salón. La señora, el chaval y una mujer que no estaba antes se me quedaron mirando. Esa mujer se acercó, me abrazó y me llevó hasta la mesa.
-¿Te acuerdas de algo, Aitzea?
-Ni si quiera me acordaba de mi nombre...
-Está bien. Nosotros somos Pablo, la abuela y yo, Laura. Todos trabajamos contigo. Tu, Aitzea, tienes 21 años y ya has revolucionado a todo un país.
-No entiendo.
-Hace 3 años, empezaste una investigación que podría destapar secretos del gobierno, la iglesia y la NASA. Y hace 2 meses lo conseguiste. Con ayuda de muchas personas, conseguiste muchos archivos y sucesos escritos que podrían cambiar la mentalidad de la gente. Para asegurar la integridad de los documentos, nos contrataste a Pablo y a mi. Clasificamos en dos grupos la información obtenida. Tu misma nos dijiste que el mundo no está preparado para saberlo todo. Ni si quiera nosotros. Solo tú lo sabes todo. Por ello en un grupo están los documentos que queremos sacar a la luz, y en el otro los documentos que vamos a seguir escondiendo, de momento.
-No me acuerdo de nada.
-Esperemos que con el tiempo si. Mira: esta es tu familia.
Me entregó una foto. Salía yo con una niña pequeña, rubia,... ¡mi hermana! Me acuerdo de ella. Es mi hermana Leire.
-Me... ¡me acuerdo de ella! es Leire, mi hermana.
La sonrisa se me quitó de la cara cuando empecé a recordar lo ocurrido. Ninguno de los tres pudo mirarme a la cara. Si... ya sabía que había pasado...
-Ya me acuerdo. Vivimos en España. Estaba jugando con mi hermana en un parque. Vinieron y se la llevaron. Y por eso estamos en Túnez. Estamos buscando a mi hermana. ¿Me equivoco?
-No. Recibimos una carta. Piden tu información a cambio de tu hermana viva. Si no se la entregas en menos de 48 horas, la matarán. Y después a ti.
-¿Hace cuánto de eso?
-Contando con que has estado desaparecida y desmayada durante 32 horas... te quedan 16.
-¿Qué me ha pasado en esas 32 horas?
-La información que llegó al gobierno de Túnez estaba muy decorada por los Españoles. Desde el aeropuerto tuvimos problemas para avanzar. Al intentar despistarlos surgió el problema y acabaste mal herida. Por suerte la bala te alcanzó el vientre, te encontramos a tiempo y la abuela ha podido curarte.
-¿Tenemos algún plan?
-El plan era cosa tuya. No nos quisiste decir nada para no ponernos en peligro.
-Entiendo.
-¿Te acuerdas del plan?
-No...
1 de 2